Un esmalte, un vaso y un secreto



Los litros de cerveza llenaban mi estomago y turbaban mi mente. En mi mano derecha había un esmalte de uñas rojo y en la izquierda una vaso a medio tomar del rubio elixir. Pensaba y analizaba el porque de lo ocurrido, pero aún no tenía una respuesta clara. A mí alrededor se escuchaban los murmullos de los ebrios, cantando, gritando y golpeando las mesas.

El esmalte comenzó a cubrir mis uñas. Una por una las fui tiñendo. Mientras lo hacía, de reojo observaba a un chico que usaba un pañuelo rojo en el cuello y se hallaba solo en la mesa que estaba frente a la mía. Él también me acechaba hacia un buen rato.

Al terminar con las uñas, mis ojos se clavaron en él y los de él se posaron en mí. Sentí un ligero escalofrío recorriendo mi cuerpo. Volví a bajar mi cabeza y miré el vaso que ahora no tenía ni rastro de cerveza. Me sentí despojada de lo único que me hacía olvidar el dolor que sentía en mi corazón y mi mente.

-¿Todo se acabó?- pensé. Ya no hay qué tomar ni a quién amar. El chico del pañuelo rojo no me sacaba los ojos de encima. No tenía más dinero y aún no me resignaba a entender lo que había ocurrido. Me dolía todo el cuerpo, mis uñas estaban astilladas y rotas, pero el esmalte las vestía de seda.

De un segundo a otro, el chico del pañuelo rojo se levantó de su silla y sin apartar sus ojos de mis uñas se acercó caminando lento a la mesa donde me encontraba ebria y abatida.

-Te estaba observando y veo que estas sola, ¿me puedo sentar contigo?- preguntó.
–¡Has lo que quieras!- respondí.

Tomó una silla, se sentó y me miró fijo. Nuevamente un escalofrío recorrió mi cuerpo. –¡¿Me podrías decir que es lo te llama tanto la atención?!- le pregunté con bastante prepotencia.

Sus mejillas se enrojecieron. Sus manos temblaron. Sus sentimientos afloraron.

-Yo a ti te conozco- me dijo sin ningún filtro.
El corazón me estalló de tan sólo pensar que alguien pudiera reconocerme, entonces tomé mi esmalte de uñas rojo y mi abrigo. Me levanté de la silla y corrí hacia la salida.